El agro es hambre: la erosión de la agrobiodiversidad y de los cultivos alimentarios

Por Sílvio Isoppo Porto y Diana Aguiar

En todo el país crecen el hambre y la inseguridad alimentaria, mientras el sector de los agronegocios bate récords de cosechas. La soja como commodity se concentra intensamente en el Cerrado y sus zonas de transición, desplazando áreas de pastizales hacia la Amazonía y avanzando sobre áreas donde se cultivan importantes alimentos para la mesa de la población brasileña en varias regiones del país.

Al celebrar el desempeño de las cosechas brasileñas, un argumento presente en la narrativa hegemónica es el de la creciente eficiencia técnica, con el aumento de la productividad, que habría compensado la reducción del área plantada con diversos alimentos. Sin embargo, la disponibilidad per cápita de alimentos como el frijol y el arroz ha disminuido constantemente en los últimos 20 años.

Los impactos causados por estos cambios son mucho más significativos que el volumen de producción: estamos asistiendo a la erosión de la agrobiodiversidad (debido a la pérdida de variedades de semillas y razas autóctonas o adaptadas) y de los conocimientos tradicionales asociados al manejo de los diferentes agroecosistemas, lo que, además de representar una pérdida inconmensurable para la diversidad genética, los modos de vida y las culturas alimentarias, puede agravar la ya alarmante situación de inseguridad alimentaria de la población brasileña.

El hambre crece en Brasil

En los últimos años, se ha producido un agravamiento de la inseguridad alimentaria en Brasil, especialmente entre 2018 y 2020. Entre 2003 y 2013, el país había experimentado una importante mejora en la seguridad alimentaria de la población[1], pero lamentablemente, en el periodo siguiente la caída fue bastante brusca, como se muestra en el siguiente gráfico[2].

En diciembre de 2020, cuando todavía el gobierno pagaba la ayuda de emergencia por la pandemia, 116,7 millones de personas -el 55% de la población brasileña- vivían con algún grado de inseguridad alimentaria (IA). De ellos, 43,4 millones no tenían suficientes alimentos para satisfacer sus necesidades nutricionales (IA moderada o severa) y, entre ellos, 19 millones pasaban hambre[3].

Las razones de este proceso son multidimensionales. Pero una de las causas que ya se está convirtiendo en estructural es precisamente la transformación del perfil de la producción agroalimentaria en Brasil.

Notas
Datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) recuperados por el Inquérito Nacional sobre Insegurança Alimentar no Contexto da Pandemia da Covid-19 no Brasil, de la Rede Brasileira de Pesquisa em Soberania e Segurança Alimentar e Nutricional (Rede PENSSAN), 2021.

Inquérito Nacional sobre Insegurança Alimentar no Contexto da Pandemia da Covid-19 no Brasil, realizado por la Rede Brasileira de Pesquisa em Soberania e Segurança Alimentar e Nutricional (Rede PENSSAN), 2021. El estudio de campo se llevó a cabo en diciembre de 2020.

Producción agrícola en Brasil: más agro-negocio y menos agri-cultura [4]

Las transformaciones agrarias en Brasil en los últimos 40 años, cuya mayor expresión es el complejo soja-carne, han debilitado las estructuras de abastecimiento de alimentos en el país y la calidad de los alimentos que llegan a la mesa de los brasileños. Durante este proceso, palabras como “agronegocio” y “commodities” han pasado a formar parte del repertorio de uso corriente, lo que indica la consolidación de un proceso de transformación gradual en la forma de producir y comercializar lo que comemos.

Es decir, se trata cada vez menos de una agri-cultura de alimentos sanos y diversos: producidos a través del conocimiento de manejo del paisaje transmitido a lo largo de generaciones, es decir, valorando la agrobiodiversidad; cultivados a partir de variedades de semillas ambientalmente adaptadas al lugar a través de la experiencia centenaria o milenaria de convivencia con un determinado ecosistema; integrados culturalmente como sabores que tienen memoria y afecto; y comercializados local o regionalmente, de forma que se produzca una considerable vinculación y reconocimiento entre quienes producen y quienes consumen. Este modelo de producción es el origen de “la comida de verdad, en el campo y en la ciudad” (comida de verdade, no campo e na cidade), el lema del movimiento agroecológico y de soberanía alimentaria de Brasil.

Lo que prevalece hoy en día es cada vez más el agro-negocio, que produce commodities agroalimentarias estandarizadas: según la demanda de los mercados globales altamente financiarizados; destinados a la industria de los alimentos ultraprocesados[5], cargados de aditivos de sabor y conservantes artificiales; y comercializados a través de largas y multiescalares cadenas de suministro logístico, en las que el producto globalizado anula los alimentos locales o que denotan una identidad. Se observa el creciente consumo de productos ultraprocesados, más baratos que los alimentos frescos y saludables, lo que contribuye a la obesidad y a la aparición de enfermedades crónicas asociadas a la mala alimentación.

Notas
Parte de los argumentos presentados a continuación habían sido desarrollados previamente en un artículo de nuestra autoría: PORTO, Sílvio I.; AGUIAR, Diana. Os caminhos da insegurança alimentar. In: AGUIAR, Diana. Dossiê Crítico da Logística da Soja: Em defesa de alternativas à cadeia monocultural. Rio de Janeiro: FASE, 2021.

“Los alimentos ultraprocesados son fórmulas industriales elaboradas total o principalmente con sustancias extraídas de los alimentos (aceites, grasas, almidón, proteínas), derivadas de componentes alimentarios (grasas hidrogenadas, almidón modificado) o sintetizadas en laboratorios a partir de materias orgánicas como el aceite y el carbón (colorantes, aromatizantes, potenciadores del sabor y diversos tipos de aditivos utilizados para dotar a los productos de propiedades sensoriales atractivas). Las técnicas de fabricación incluyen la extrusión, el moldeado y el pretratamiento mediante fritura o cocción.” (GUIA ALIMENTAR PARA A POPULAÇÃO BRASILEIRA, 2014).

Esta transformación no se produjo de forma repentina, y mucho menos al azar. Fue un proceso dirigido por el Estado – especialmente con la llamada “modernización conservadora de la agricultura” iniciada durante la Dictadura Militar-Empresarial – para facilitar la expansión de la frontera agrícola hacia el Cerrado y la Amazonía.

Amenazados y expoliados por esta expansión, los pueblos indígenas, las comunidades quilombolas (afrodescendientes rurales) y otras comunidades de base campesina han creado estrategias de resistencia, ya sea permaneciendo en sus territorios, retomándolos de los expropiadores o migrando para re-territorializarse en los intersticios de la expansión de la frontera; además de otras veces formar parte del contingente de trabajadores rurales sin tierras acampados y reivindicando assentamientos y eventualmente asentados por la reforma agraria, en regiones alejadas de las de su origen.

La contaminación del suelo y del agua, la deforestación, el agotamiento del agua y la erosión de la agrobiodiversidad promovida por los monocultivos animales y vegetales hacen que estos territorios indígenas, tradicionales y campesinos queden a menudo limitados a producir alimentos en zonas poco apropiadas para la agricultura, sobre una base material (tierra, agua y otros bienes naturales) deteriorada o contaminada. Todo ello está asociado, por un lado, a la continua falta de prioridad de la reforma agraria y de las políticas de incentivo a la agricultura familiar y campesina o a la seguridad alimentaria y nutricional, y por otro, a la prioridad dada a la expansión de la producción de commodities. En definitiva, estos conflictos también conforman la vulnerabilidad del suministro de alimentos en el país.

¿La producción agrícola brasileña satisface nuestras necesidades?

Incluso en medio de la crisis socioeconómica y medioambiental, el gobierno, junto con el Frente Parlamentario de la Agricultura y la Ganadería y los representantes de las entidades del sector de los agronegocios, suelen celebrar las cosechas récord de cereales de Brasil.

Pero no hay nada que celebrar. Esta producción se concentra en dos commodities, la soja y el maíz, que representan el 88% de la última cosecha de granos. Por otro lado, alimentos presentes en el día a día de las familias brasileñas -como el arroz, el trigo y el frijol (que representan sólo el 8% de la producción nacional de granos), junto con la mandioca, la patata, la cebolla y el tomate- vieron reducida su superficie plantada en la última década, especialmente para dar paso a los monocultivos de soja[6].

El 70% de la producción nacional de arroz se concentra en Rio Grande do Sul, como resultado de políticas agrícolas equivocadas que hicieron avanzar la soja sobre áreas que producían arroz, como Maranhão y el Centro-Oeste, generando una mayor susceptibilidad al abastecimiento interno.

En el caso del frijol, actualmente hay un estancamiento de la producción, además de la reducción de la superficie plantada. Los cambios en los últimos 15 años indican una disminución de la participación de la agricultura familiar en su producción a favor de una mayor participación de los productores vinculados al sector de los agronegocios, especialmente en los sistemas de riego.

Los frijoles son aún más ejemplares por su importancia en la composición de los diferentes sistemas de producción vinculados a la agricultura familiar y campesina, a menudo depreciados bajo el argumento de la productividad.

El frijol caupí (o feijão fradinho), por ejemplo, producido principalmente en zonas semiáridas, suele presentar rendimientos más bajos, pero eso no descalifica la relevancia de estos sistemas tradicionales de producción. Por el contrario, estos sistemas son importantes en el manejo de los agroecosistemas, tanto para contribuir al fortalecimiento de las culturas alimentarias regionales como para garantizar el abastecimiento de esta región a partir de la producción local.

E incluso si nos centramos sólo en la cantidad de arroz y frijoles producidos en Brasil, aunque ésta se ha mantenido en las últimas dos décadas, la disponibilidad per cápita es la peor de los últimos 30 años. Esto ayuda a explicar, en gran medida, los problemas de abastecimiento a los que se ha enfrentado el país, especialmente el aumento de los precios. A esto se suma la falta de estoques públicos de alimentos, el desmantelamiento de las políticas de apoyo a la agricultura familiar y campesina y el aumento de las exportaciones de arroz en la última década. La situación de la oferta, en el caso del arroz, no es peor porque el país ha estado importando grandes volúmenes, especialmente de Paraguay, para compensar estas exportaciones.

El escenario futuro de la producción de arroz en Brasil, según las proyecciones del Ministerio de Agricultura (MAPA) para la cosecha 2029/2030, es aún más preocupante. El estudio indica que habrá una pérdida de aproximadamente un millón de hectáreas, lo que reducirá la superficie de producción nacional a sólo 665.000 hectáreas[7]. El mismo estudio señala que la productividad media nacional debería crecer menos en la próxima década, lo que contradice la proyección del propio MAPA de que la producción nacional de arroz se mantendrá estable. Además, teniendo en cuenta la proyección demográfica del Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística, el IBGE, para 2030, la disponibilidad per cápita se reducirá prácticamente a la mitad si se compara con la de 2020, lo que agravará aún más la crisis de abastecimiento.

Notas
Sistematización de los datos de la Conab de las cosechas por parte de los autores.

MAPA – Proyecciones del agronegocio – Brasil 2019/20 a 2029/2030. 

Políticas que contribuyen al escenario de inseguridad alimentaria

Entre los cambios agrarios importantes en Brasil en las últimas décadas se encuentra una nueva geografía de los pastizales. La soja ha avanzado y sigue avanzando sobre los pastizales del Cerrado[8], empujando a su vez los pastizales sobre la Amazonía y el Pantanal. Ese proceso está asociado al acaparamiento de tierras, la deforestación y los incendios, lo que genera un aumento de los conflictos por la tierra y el territorio, especialmente con las comunidades quilombolas y tradicionales y los pueblos indígenas.

El desmantelamiento institucional y las amenazas, muchas de ellas sistematizadas en este Dossier[9], son también factores que contribuyen cada vez más a la ocupación ilegal de tierras públicas y a los conflictos con estas comunidades. Las amenazas a los modos de vida tradicionales, la deforestación y la ruptura del manejo de los agroecosistemas basada en los conocimientos tradicionales representan la pérdida de agrobiodiversidad.

Lejos de contribuir a la cualificación de los sistemas tradicionales de producción, con el rescate y uso de semillas de variedades nativas o adaptadas a los diferentes agroecosistemas de la agricultura familiar y campesina, las políticas públicas -incluyendo la investigación- tienden a reforzar la estandarización y la concentración productiva, incluso de los alimentos más tradicionales de nuestra cultura alimentaria, como el arroz y el frijol.

El resultado de esto, en general, es que Embrapa (un organismo público de investigación vinculado al MAPA), por ejemplo, se moviliza para atender las demandas de productividad del sector de los agronegocios, despreciando la importancia de la producción basada en la agrobiodiversidad y el fortalecimiento de los mercados locales.

Así, mientras el Estado ha apoyado y subsidiado sistemáticamente el modelo de producción, comercialización y consumo asociado al agronegocio, la agricultura familiar y campesina lucha por conquistar políticas públicas adaptadas a sus realidades, generalmente restringidas en cuanto a su alcance, institucionalidad, presupuesto e implementación. Incluso lo que era limitado (pero todavía importante) no ha hecho más que empeorar en el contexto de la destrucción de las políticas fundamentales, especialmente desde el golpe de Estado de 2016[10].

De esta forma, cada vez es más difícil para las poblaciones acceder a comida de verdad y, por consiguiente, hacer realidad el derecho humano a una alimentación adecuada y sana, establecido en la Constitución Brasileña. Por el contrario, no es raro que las regiones que son importantes para la producción de commodities para la exportación dependan de la compra de alimentos de otras regiones para alimentar a su propia población[11].

Así, la cadena de suministro de alimentos depende cada vez más de largos circuitos de comercialización controlados por empresas agrícolas y minoristas, muchas de las cuales son transnacionales. Este modelo concentrador -también desde el punto de vista del control económico y tecnológico- conlleva profundas vulnerabilidades en el suministro de alimentos.

Además, incluso en las regiones en las que la agricultura familiar y campesina se ha mantenido fuerte a pesar de la desestructuración de sus sistemas de producción, siguen teniendo que enfrentarse a retos históricos para promover el flujo de lo que producen. Desde el punto de vista de la dimensión de las infraestructuras, la agenda pública ha estado dominada por el esfuerzo de hacer viables las principales rutas de distribución de commodities, especialmente para la exportación.

En este sentido, los paisajes monoculturales dominantes en la región podrían considerarse verdaderos “desiertos alimentarios”[12]. A pesar de las continuas amenazas y de la falta de apoyo, la resistencia de los sistemas tradicionales y de la agricultura familiar y campesina es lo que todavía garantiza lo que queda de variedad y calidad de los alimentos, además de la agrobiodiversidad y el abastecimiento de los mercados locales o regionales. Enfrentarse a la inseguridad alimentaria y nutricional exige romper con el patrón hegemónico del agronegocio, estableciendo un nuevo punto de referencia para la producción y el consumo, basado en los principios de la agroecología y los bienes comunes, promoviendo así caminos hacia la soberanía alimentaria.

Notas
Como el Subprograma de Proyectos Demostrativos (PDA) y el programa Pró-Ambiente (finalizado en la década de 2000), el Programa de Compra de Alimentos (PAA), Luz para Todos, Pronera y Ecoforte.
El término se ha aplicado habitualmente a escala urbana, para referirse a los barrios, especialmente los periféricos, en los que el acceso a una alimentación adecuada y saludable está restringido. Véase: Mapeamento dos Desertos Alimentares no Brasil. Estudo Técnico. MDS, 2018.
Sílvio Isoppo Porto es profesor e investigador de la Universidad Federal del Recôncavo de Bahía (UFRB) y ex director de la Compañía Nacional de Abastecimiento (Conab).
Diana Aguiar es profesora e investigadora en la Universidad Federal de Bahia (UFBA) y asesora de la Campaña Nacional en Defensa del Cerrado.